En la estación de colectivos tendríamos en teoría dos horas antes de partir. Cuando llego la hora, el bondi no aparecía. La empresa nos decía que estaba un poco retrasado pero que ya estaba llegando. Cuando ya iban cuatro horas de retraso nos invitaron un café en Burger King, el único lugar que quedaba abierto. Dos horas después de ese café, finalmente llego nuestro transporte. Ahora nos esperaban mil horas de viaje hasta la frontera con Zimbabwe, pero por lo menos estábamos calentitos y podíamos dormir. Llegamos finalmente a la frontera, donde miles de personas se abalanzaban sobre la ventanilla de migraciones.

Tras una larga espera, la cola avanzo y pasamos sin problemas. Nos pareció curiosa la “tecnología” para buscar criminales.

Cruzamos la frontera para dirigirnos a Bulawayo, un centro industrial de este país africano, desde donde nos tomaríamos un tren hacia Victoria Falls.

Empezamos a caminar por Bulawayo, la segunda ciudad más grande de Zimbabwe con más de un millón de habitantes pero cero turística. La gente nos miraba como algo raro, pero eran super amables, saludaban y trataban de comunicarse. Fuimos al supermercado a comprar algo de comida ya que nos esperaba un largo viaje en tren. Al entrar, nos encontramos con que todos los precios estaban en dólares. Esta primer sorpresa nos recordó que Zimbabwe había sido noticia hace no mucho tiempo por su galopante inflación y alta numeración de billetes. Debido a ello, la solución que encontraron fue suspender el dólar zimbabuense (ZWD) y hoy en día se manejan con el dólar estadounidense y con el rand sudafricano. Dejamos Bulawayo atrás y arrancamos el viaje en un tren antiquísimo y de madera. A paso lento pero seguro, mientras dormíamos en nuestro camarote, llegamos a Victoria Falls un día más tarde.

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Esta ciudad de alrededor de 30 mil habitantes tiene una parte bastante más turística ya que al tener las Victoria Falls, una de las 7 maravillas naturales del mundo, el turismo genera un ingreso importante. Apenas nos instalamos, Vicky salió a correr por una parte de la ciudad menos turística. A su paso, los chicos se acercaban encantados con esta extraña visitante, buscando sacarse fotos y hasta una pequeña niña se puso a correr con ella.

A su vuelta, salimos juntos a recorrer la ciudad, un típico mercado y los alrededores. Aquí ya nos sentíamos más en el África que teníamos en nuestra cabeza antes de arrancar.

Al otro día nos esperaba el “Chobe National Park”. Para ello debíamos cruzar la frontera hacia Botswana, donde se encontraba el mencionado parque nacional. Una de las cosas que más nos entusiasmaba de África era la posibilidad de ver animales salvajes en su hábitat natural. Vimos miles de elefantes, jirafas, impalas, jabalíes y muchos animales más que ni conocíamos.

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Era increíble verlos a todos en su hábitat, conviviendo todos a pocos metros de distancia. Vimos a los elefantes bañarse, a los leones dormir, a los cocodrilos tomando sol e innumerables interacciones entre los animales.

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Hicimos parte del safari en jeep y parte en bote por el rio Chobe. Nos topamos con un impala descuartizado colgando de un árbol, donde lo había dejado un leopardo para que los otros depredadores no se lo roben. También nos encontramos con búfalos que cruzaban el rio para buscar mejores pastos, aun a riesgo de ser atacados por cocodrilos en el trayecto. Nos maravillamos con los hipopótamos que se daban baños de barro y hasta con unos pájaros que disimuladamente buscaban otros nidos para comerse los huevos.

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Después de un día espectacular, volvimos a cruzar la frontera y regresamos a nuestro hotel en Victoria Falls. Mientras nos acostábamos, no podíamos dejar de comentar lo que habíamos vivido. Era como haber estado en un documental de National Geographic en vivo, algo tal vez difícil de transmitir con simples palabras pero que vale la pena vivir.

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Una de las atracciones de Victoria Falls, aprovechando la exuberancia de su naturaleza, son los deportes extremos. Se puede hacer bungee jumping, aladeltismo, rafting y tirolesa entre otros. Nos anotamos para hacer rafting en el famoso rio Zambezi ya que habíamos quedado copados después del de Nepal. Este río de más de 2500 kilómetros de longitud que nace en Zambia y que pasa a través de Angola, Namibia, Zimbabwe y Mozambique antes de desembocar en el Océano Indico es hogar de peligrosos animales como hipopótamos, cocodrilos y hasta tiburones toro. Por suerte no suelen estar en la zona de los rápidos, pero llegamos a ver un cocodrilo descansando al sol en uno de los sectores calmos del rafting. A diferencia del rafting de Nepal que había sido nivel 3, este sería nivel 5 (de una escala de 1 a 6). Eran alrededor de 3 horas y 19 rápidos. En varios de estos rápidos se nos dio vuelta el bote y debíamos subirnos y darlo vuelta en pleno rápido. Por momentos, mientras los rápidos lo hundían a uno luchando contra los chalecos que nos sacaban a flote, el tiempo bajo agua parecía tornarse preocupante para el desesperado naufrago. Al terminar el trayecto Max estaba copado pero Vicky no lo haría nunca más en su vida.

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Estábamos agotados, pero el día nos depararía más sorpresas. Max se fue con un par a jugar un partido de futbol once contra un equipo zimbabwense. Al llegar a la cancha, se verían sorprendidos al ver que era toda de arena. Las tribunas eran unos banquitos y un auto abandonado al costado de la cancha. Tras un peleado partido, mantuvieron el invicto. El cierre fue con un agradecimiento de lo que sospechamos fue un político de la zona que se había enterado del partido y nos vino a agradecer nuestra presencia, el haber dejado la típica zona turística y haber jugado este desafío. Lo realmente importante otra vez no fue la victoria, sino que junto al equipo rival nos dirigimos a un bar local a seguir compartiendo vivencias. En el camino Max fue charlando con uno de los rivales, que le preguntaba que le parecía Victoria Falls y comentaba que los medios internacionales solo mostraban los problemas de Zimbabwe pero no sus virtudes, por lo cual la gente se quedaba con una imagen errada de este hermoso país (lo cual era cierto). Llegamos al bar y compramos varios litros de Chibuki, una cerveza local hecha a base de sorgo y que a simple vista parece una botella de chimichurri. El sabor tampoco descolla, pero es barata y tiene bastante éxito. Tras varias de estas cervezas, terminamos todos bailando.

Mientras tanto, Vicky salió a correr y se encontró con unos chicos que la invitaron a su picadito. Los chicos enseguida se acercaban y querían hacerse amigos y conversar. Cosa que no pasó cuando más tarde con un par de amigas cayeron a un bar local y los hombres allí presentes las miraron como bichos raros y con cara de pocos amigos.

El último día visitamos la maravilla natural que le da el nombre a esta ciudad. Esta catarata descubierta por David Livingstone en 1855 y nombrada en honor a la reina Victoria, a pesar de no ser la más alta ni la más ancha, es considerada como la más grande del mundo debido al caudal de agua que cae de la misma desde sus más de 100 metros de altura y 1.7 kilómetros de anchura.

Después de recorrer el predio, disfrutar las magnificas vistas de este lugar, escuchar el estruendo del agua cuando se precipitaba contra las rocas y mojarnos con el agua que rebotaba en las mismas cayendo luego como si fuera lluvia, enfilamos para la frontera con Zambia. Aquí entendimos porque el nombre original de la catarata es Mosi-oa-Tunya, que significa “el humo que truena”.

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Cruzamos la frontera y llegamos a Livingstone, otra ciudad que vive principalmente de las Victoria Falls pero del otro lado. Como Argentina y Brasil con las Cataratas del Iguazú. Debe su nombre al descubridor de las cataratas antes mencionado.

Salimos a caminar por la ciudad, nos metimos en un mercado que vendía de todo un poco (todavía no entendemos a quien le vendían tantos acolchados) y después encaramos para un parque. Nos llamo la atención que nos comunicábamos en ingles fácilmente con todo el mundo. Zambia tiene más de 70 dialectos locales, en parte debido a ello y en parte debido a que fueron una colonia británica, hoy en día su idioma oficial es el inglés con el cual se pueden comunicar entre ellos sin importar su etnia o tribu.

Era plena época de elecciones y por todos lados pasaban camionetas pintadas con los colores de cada partido político. En todas ellas iban diez o doce personas cantando y gritando consignas de su candidato. Nuestra errante caminata nos deposito en un barrio periférico, donde aparte de un mercado re local que vendía hasta gallinas, nos encontramos con unas señoras bailando y cantando haciendo proselitismo, a quienes las chicas se sumaron con desparpajo.

Al otro día nos tomamos un bondi eterno hasta Lusaka, la capital de Zambia, desde donde nos tomaríamos un avión hacia Tanzania.