Llegamos al hostel (que habíamos reservado la última noche en Boracay) a las 3 de la mañana, con la idea de salir para Halong Bay a las 8. En alguno de los múltiples transbordos en Manila habíamos contactado a dos mujeres por Facebook para reservar el crucero. Al llegar al hostel le mandamos mensaje; como sabíamos que estarían durmiendo, le escribimos que nos despertaríamos a las 7 para ver si nos confirmaba que quedaba lugar.

Estos contactos los habíamos sacado de un grupo de Facebook del Sudeste asiático. Ahí también habíamos visto opciones de hostels y precios para tener un comparativo. Hoy en día es mucho más fácil poder encontrar y cotejar distintas opciones o consejos sobre casi cualquier país. Una de las razones por la que escribimos este blog, aparte de contar  lo que vivimos y como recordatorio para nosotros mismos, es para tal vez ayudar a alguien que esté planeando un viaje a alguno de estos destinos. Nosotros acudimos constantemente a distintos blogs sobre los países que visitamos para sacar ideas o recomendaciones muy útiles.

Al levantarnos a las siete teníamos la confirmación del crucero por Halong Bay para dos días y una noche. La bahía de Halong consiste en más de 1900 islas, la mayoría deshabitadas. Debe su nombre a la leyenda que en los inicios de Vietnam los dragones descendieron sobre esta zona para protegerla y para ello empezaron a escupir joyas y jade, que se transformaron en las nombradas islas formando una especie de pared contra los invasores.

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Nos pasaron a buscar por el hostel y tras cuatro horas de viaje llegamos al lugar desde donde salía nuestro crucero. No se imaginen un crucero tipo Royal Caribbean, era un barco más chico pero muy simpático, con camarotes, un restaurant y una terraza con reposeras desde donde se podían apreciar increíbles paisajes.

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El crucero iba trasladándose tranquilamente e íbamos parando en distintos lugares. El primer punto fue la Sung Sot cave, una de la más grandes de esta Bahía y a la cual llegamos después de ascender una empinada escalera. Dentro, utilizando la imaginación, se pueden ver formaciones de humanos y animales en diferentes posiciones.

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Después de recorrer la cueva y ver distintas formaciones rocosas, llegamos al exterior desde donde había una vista panorámica alucinante de una parte de Halong Bay.

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Dejamos la cueva y continuamos navegando hacia un Pearl Farm en medio de la nada.

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En este lugar encontramos una familia que se dedicaba a esto hace varios años. La cría de perlas es un proceso bastante complejo y largo, ahí entendimos porque son tan caras. Primero implantaban tejido de una ostra donante en cada ostra, un proceso delicadísimo ya que cualquier paso en falso podía matarlas.

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Después las metían al mar en cubículos especiales y con el paso del tiempo las iban moviendo a los siguientes cubículos.

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La cría dura entre 3 y 8 años por ostra y solo el 50% sobrevive al implante. Del porcentaje sobreviviente solo alrededor del 20% produce perlas utilizables. Al final llegamos al paso donde se abrían las ostras para ver si tenían una perla. Nos dejaron elegir cuál abrir y tuvimos la suerte de elegir una que tenía una perla. Lo gracioso fue que ambos apuntamos a la misma simultáneamente.

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Finalizando la visita, volvimos al barco y antes de arrancar de vuelta, nos dimos un chapuzón en las frías aguas de la bahía, tirándonos desde la terraza del barco (aproximadamente 10 metros).

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A continuación disfrutamos de un atardecer impactante desde la cubierta del barco en movimiento.

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El crucero incluía las comidas, gracias a lo cual pudimos ir probando distintas comidas típicas de Vietnam. Aquí empezamos a conocer mejor a los otros ocho pasajeros aparte de nosotros dos que tenía el barco. Había gente de Sudáfrica, China, Estados Unidos, Australia y Vietnam con quienes intercambiamos distintas experiencias de viaje y perspectivas de vida. El día terminó con pesca de calamares en una noche bañada por la impresionante luz de la luna.

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Madrugamos para no perdernos la sesión de Tai Chi, un ejercicio muy común en Vietnam. Éramos nosotros dos, el instructor y el amanecer. Después de un delicioso desayuno, fuimos a visitar un pueblo flotante. Si bien ya no vive tanta gente en este lugar porque el gobierno intenta trasladarlos a tierra firme, todavía quedaban unas 50 familias viviendo allí. Era increíble ver cómo su vida concurría siempre en el mismo barco; las camas eran hamacas paraguayas y lo curioso es que todos tenían televisiones a batería para poder juntarse a cantar karaoke. Montamos en kayak y remamos recorriendo todo el pueblito.

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Seguimos el recorrido en nuestro barco y antes del último almuerzo tuvimos una clase de cocina vietnamita donde aprendimos a hacer rolls vietnamitas, que cocinamos y disfrutamos junto al posterior almuerzo.

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Terminamos el crucero, nos despedimos de nuestros nuevos amigos y volvimos a Hanoi.

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En el camino, nos paró la policía con intención de recolectar una «contribución». Como justo estábamos estacionados adelante y todos mirando desde la combi, le dijeron a nuestro conductor que mueva la combi más adelante. No querían molestos testigos que pudieran complicar las cosas. La recolección debe ser interesante, ya que en los 15 minutos que estuvimos ahí pararon a varias combis más. Finalmente llegamos a Hanoi alrededor de las 4 de la tarde, reservamos ida a Sapa con otro contacto de Facebook y salimos a dar una vuelta hasta las 8 que salía nuestro bondi. A medida que caminábamos, un tráfico caótico y ensordecedor nos devoraba. Por eso nos sorprendió cuando llegamos al lago Hoan Kiem, enclavado en pleno centro, y vimos gente que lograba abstraerse de toda esta locura a través de la meditación.

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Nos subimos al sleeping bus que tras 6 horas de viaje llego a Sapa. Como llegamos 3 am, nos quedamos durmiendo en el bondi hasta las 7 de la mañana que nos encontrábamos con nuestro guía. Habíamos leído en varios blogs que recomendaban a Mao, una chica de la etnia H’mong que desde hace cuatro años ejercía como guía y brindaba su casa como homestay para quedarse en la casa de alguien local en vez del típico hostel. Por falta de tiempo no la habíamos podido llamar, pero la fortuna quiso que la persona que habíamos contactado por Facebook tuviera el contacto de Mao y terminamos realizando el trayecto con ella. Nos habían dicho que iba a haber otras cuatro personas aparte de nosotros dos, pero a medida que pasaba el tiempo cada vez se sumaba más gente que había reservado con Mao.

Finalmente llego Mao, nos presentó a su hermana Sue quien nos guiaría en el trekking, y partió con nuestras valijas hacia su casa. Arrancamos los once que éramos en el grupo más cuatro mujeres H’mong con sus ropas típicas, que nos guiarían a través de las montañas y pueblos hasta llegar a la casa de Mao.

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Solo las mujeres bajan a la ciudad a buscar turistas, los hombres se quedan arriba trabajando. El trekking nos iba llevando cada vez más alto, lo que implicaba un mayor esfuerzo físico pero que se veía más que recompensado por las increíbles vistas panorámicas.

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Agobiados por el esfuerzo y el calor, no podíamos entender cómo ellas venían tan campantes con esas ropas tan abrigadas. No solo eso, como cada madre tiene que cargar a su hijo hasta los dos años, una de ellas hizo el trekking con el pequeño a cuestas casi todo el camino (un santo, no lloro nunca).

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En esta región el principal sustento es la producción de arroz, cosa que se hizo muy evidente a medida que avanzábamos y veíamos un arrozal tras otro.

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Durante el trayecto íbamos charlando y conociendo a los restantes integrantes del grupo que venían de distintas partes del globo. Era un grupo muy heterogéneo, pero a pesar de ello pegamos muy buena onda entre todos. Estaban James de Inglaterra y Laura de Estados Unidos, que se habían conocido en Corea del Sur y que después de este viaje tenían pensado mudarse a Nueva Zelanda a probar suerte. Eran de lugares distintos, pero ninguno de los dos añoraba volver a vivir a su respectivo país, sino que estaban dispuestos a radicarse en cualquier lugar mientras estuvieran juntos. También formaba parte del grupo Ruth, que se quería ir a vivir sola pero debido a los altos costos de vida de Londres, no le quedaba otra opción que continuar viviendo con su familia. Con ella venía LiseMy de Dinamarca, a quien había conocido en este mismo viaje y habían decidido seguir viajando juntas. LiseMy no se había tomado vacaciones por dos años para juntar dos meses de vacaciones dedicados al Sudeste asiático. Seguía Mark, un ingeniero alemán que había renunciado a su trabajo, vendido todas sus posesiones y arrancado un viaje que lo llevaría a través del Sudeste asiático y América latina. Una de las cosas que más nos quedo fue cuando dijo que lo único que tenía estaba en su mochila y que nunca pensó que con ese escaso tesoro sería más feliz que cuando tenía todas sus antiguas pertenencias. Venían también en el grupo Rachel de Estados Unidos y Slade de Australia. Slade hacia un año que estaba viajando por África y Asia, y al término de su viaje por Vietnam volvería a su país natal, todavía sin la menor idea de que haría con su vida. Cerraba el grupo Natalie, una checa que estaba de vacaciones (por ella nos enteramos que República Checa pasaba a llamarse Chequia a partir de ahora) y a quien más tarde se le uniría su compatriota Alena, quien sabía castellano por haber vivido un tiempo en Mendoza y estaba encantada con la provincia y sus vinos.

Entre charlas y datos de la cultura H’mong y después de caminar más de ocho horas, llegamos por fin a la casa de Mao. La misma era una modesta casa en el medio de la montaña donde se cumplía el refrán «la casa es chica pero el corazón es grande». Mientras tomábamos un té y descansábamos en el patio, todos comentábamos que no esperábamos ser tantos y nos preguntábamos donde dormiríamos. Preocupación que se veía acrecentada a medida que llegaban más grupos de caminantes que tenían como destino final esta misma casa.

A la noche nos deleitamos con comida típica, sentados todos alrededor de unas mesitas que ocupaban todo el living.

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Comida bien regala con cerveza y «happy water». Este ultimo cortesía de Mao, un licor de arroz típico de la zona y producido por ellos mismos. Así también era como pegaba. Nunca pensamos que el paseo plagado de naturaleza y ejercicio de Sapa iba a terminar compartiendo shots con Mao y su familia y 20 extranjeros que recién conocíamos.

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A la mañana siguiente arrancamos el trekking de vuelta a Sapa, por suerte este nuevo camino era en bajada y más simple que el del día anterior. Cruzando distintas plantaciones, pueblos y más arrozales, seguimos nuestro camino.

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Finalmente llegamos a Sapa, nos despedimos del grupo y de Mao con mucha tristeza y dimos una vuelta haciendo tiempo hasta las nueve que salía nuestro sleeping bus con destino a Hanoi.

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Va a ser difícil olvidar a Mao porque en esta corta estadía nos contagiaba continuamente su alegría y sus ganas de conocer distinta gente de todos lados. Esto a pesar de vivir en un lugar aislado, donde la globalización llega de refilón y sin internet, que es hoy en día una puerta al mundo. Fue a través de estas ganas que de forma autodidacta y con el trato con los turistas aprendió a hablar inglés y un poco de francés y español, idioma que practicaba con nosotros. Esto tal vez sería más fácil para alguien que vive en la ciudad y tiene la posibilidad mucho más a mano de extender sus conocimientos en todo sentido pero a pesar de ello se queda encerrado en su mundo. Tal vez el estilo de vida y el sistema al que estamos acostumbrados nos va llevando inconscientemente a ello, por eso nos parecen interesantes los ejemplos que sacuden nuestra realidad y nos hacen reflexionar sobre nuestra propia vida.